viernes, 3 de octubre de 2014

Todos los finales

Todos los finales de verano son iguales. Se percibe el principio de la nueva estación otoñal como una oportunidad para comenzar algo nuevo, ya sea una opción laboral, emprender un viaje, o cambiarse el color del pelo. Todo son expectativas de renovación, como si en vez de un mes de vacaciones hubiésemos vuelto de otra vida, o de una larguísima ausencia en otro país. En cierto modo es normal, aprovechamos lo mas mínimo para pensar que poseemos la capacidad de decidir nuestro rumbo, de emprender proyectos que saldrán bien sólo porque cambia la meteorología.
Cada final de Agosto sobrevuelan en el ambiente multitud de planes de los amigos, que uno oye con atención, esperando que cada uno de los pasos planificados estén bien encaminados y que pisada tras pisada la suerte vaya acompañándolos, si es que existe algo parecido. A medida que fluyen las palabras, se van recreando sueños que ya han sido vividos con tan sólo tener la ilusión de imaginarlos, y la esperanza de las personas que importan se convierten en esperanza propia.
Me viene a la memoria un camino que recorrí durante un tiempo cerca de la ribera del Támesis, lugar por el que deambulaba casi todos los días. Cada vez que pisaba la hierba esmeralda del bastante descuidado sendero, sin rumbo alguno, era toda una experiencia. El camino se desdoblaba, y cuando con determinación elegías uno, este se volvía a desdoblar, y así sucesivamente. No se si mi poca orientación tenía algo que ver, seguro que sí, pero para mi era fascinante descubrir si cada día iba a encontrar un nuevo banco grabado, un árbol con hombres de madera trepando entre sus ramas, tumbas abandonadas; o si simplemente me perdería hasta horas poco recomendables de la noche. La aventura tiene tintes provincianos cuando provienes de una ciudad donde se califica de zona verde a una rotonda.
Al final, por alguna extraña razón, todo solía acabar bien, milagrosamente a salvo, acababa encontrando el puente para cruzar y me llenaba de tranquilidad comprobar que no me defendía tan mal ante la adversidad y la inclemencia de tiempo. (Léase todo, por supuesto, exagerado y filtrado por una mente llena de años de ciencia ficción)

Mientras volvía a casa y la cabeza daba vueltas, divagaba sobre qué habría en el sendero no elegido, hasta que caía en la cuenta de que me daba igual, no me preocupaba lo más mínimo. Lo realmente importante era caminar, y haber descubierto que tenía la capacidad para hacerlo sin perderme.

3 comentarios:

  1. Me encanta ojos azules. 'Las rotondas como zonas verdes' (y ahí me he tirao al suelo). Besitos con pimiento chí.;)

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  2. Gracias Pretoriano!! y Javi, miedo me dan esos pimientos que me esperan!! Jajaja, Besos!!

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