Todos los finales de
verano son iguales. Se percibe el principio de la nueva estación otoñal como
una oportunidad para comenzar algo nuevo, ya sea una opción laboral, emprender
un viaje, o cambiarse el color del pelo. Todo son expectativas de renovación, como
si en vez de un mes de vacaciones hubiésemos vuelto de otra vida, o de una
larguísima ausencia en otro país. En cierto modo es normal, aprovechamos lo mas
mínimo para pensar que poseemos la capacidad de decidir nuestro rumbo, de
emprender proyectos que saldrán bien sólo porque cambia la meteorología.
Cada final de Agosto
sobrevuelan en el ambiente multitud de planes de los amigos, que uno oye con
atención, esperando que cada uno de los pasos planificados estén bien
encaminados y que pisada tras pisada la suerte vaya acompañándolos, si es que
existe algo parecido. A medida que fluyen las palabras, se van recreando sueños
que ya han sido vividos con tan sólo tener la ilusión de imaginarlos, y la
esperanza de las personas que importan se convierten en esperanza propia.
Me viene a la
memoria un camino que recorrí durante un tiempo cerca de la ribera del Támesis,
lugar por el que deambulaba casi todos los días. Cada vez que pisaba la hierba
esmeralda del bastante descuidado sendero, sin rumbo alguno, era toda una
experiencia. El camino se desdoblaba, y cuando con determinación elegías uno,
este se volvía a desdoblar, y así sucesivamente. No se si mi poca orientación
tenía algo que ver, seguro que sí, pero para mi era fascinante descubrir si
cada día iba a encontrar un nuevo banco grabado, un árbol con hombres de madera
trepando entre sus ramas, tumbas abandonadas; o si simplemente me perdería
hasta horas poco recomendables de la noche. La aventura tiene tintes
provincianos cuando provienes de una ciudad donde se califica de zona verde a una
rotonda.
Al final, por alguna
extraña razón, todo solía acabar bien, milagrosamente a salvo, acababa
encontrando el puente para cruzar y me llenaba de tranquilidad comprobar que no
me defendía tan mal ante la adversidad y la inclemencia de tiempo. (Léase todo,
por supuesto, exagerado y filtrado por una mente llena de años de ciencia
ficción)
Mientras volvía a
casa y la cabeza daba vueltas, divagaba sobre qué habría en el sendero no
elegido, hasta que caía en la cuenta de que me daba igual, no me preocupaba lo
más mínimo. Lo realmente importante era caminar, y haber descubierto que tenía
la capacidad para hacerlo sin perderme.