Es verano, no vuelan
los coches, ni podemos ir de excursión a Marte, ni engullimos pastillas que sustituyen
una comida, pero estamos en el 2014. Cada vez que escribo el año en el que
vivimos visualizo gente con monos plateados, tomando Soma y engendrados en una aséptica
probeta. No, nada de eso…parece mentira que no sólo sea frustrante el imaginar
lo que la ciencia ficción exageraba, sino que para colmo de males, la realidad
es mas bien todo lo contrario.
El Cádiz del 2014 me sigue
provocando el mismo hastío en este periodo del año que hasta el momento mismo
que alcanzo a recordar, de eso hace ya un cuarto de siglo. Creo que puede
considerarse ese punto en el que comenzó lo que realmente recuerdo como verano;
un bucle de situaciones que se repiten cada año, con pocas variaciones si sólo
tenemos en cuenta factores externos.
Los que vienen de paso creen que
el verano en una ciudad como Cádiz es la panacea de la felicidad estival, Punta
Cana, con más fresquito y más barata. Se podría concursar en el premio Guiness
atendiendo a las veces que se escucha por la playa eso de “No hace falta ir al Caribe teniendo esto…”.
Yo, la verdad, cuando lo oigo pienso, “no, ni al Ganges, si vas a bañarte en
Domingo…” Esa experiencia es realmente sobrecogedora. Una muchedumbre de gente,
objetos y víveres van formando desde muy temprano una argamasa difícil de
eliminar al día siguiente. A pesar de poseer un ancho relativamente
considerable de playa, si la comparamos por ejemplo con la costa levantina,
aunque cierto es que cada vez hay menos arena para tanto colesterol, y mas aun
si tenemos en consideración que no se repone la misma en su totalidad desde el
año 91. Ahh, ¡que tiempos aquellos cuando había que hacer una excursión para ir
a la orilla!...
Ahora los que buscan relajarse
el domingo, más vale que opten por un Spa, o por lo que hace la mayoría que
posee medios motorizados: alejarse lo más posible rumbo a otras playas de la
costa gaditana donde aún puede disfrutarse del silencio de una siesta, sin tener
que enterarse de las tragicomedias de algún vecino, o zambullirse sin tener que
esquivar objetos de higiene íntima femenina, o saltar una sospechosa espumita
blanquecino-amarillenta, a modo de muro que se forma en la orilla, o compartir
olas en ocasiones especiales con algún animalillo con bigotes flotando en paz.
Todo es relajación y salud, sin
duda, de ahí que los programas fresquitos de nuestra magnífica oferta
televisiva andaluza, recomienden continuamente nuestra playita, que a la vez,
por su imposible aparcamiento, contribuye al ejercicio diario de todo aquel que
se atreva a cargar con el vehículo.
Pero realmente diversión llega
cuando cae la noche frente al mar…bueno, lo que podemos entender como noche.
Noche hay en invierno, es cierto, en verano desde hace algo más de una década,
digamos que tenemos un sucedáneo. Gracias a una ingeniosa iniciativa de las
mentes mas privilegiadas, ahora el lugar por donde la marabunta ruge, es decir,
el paseo marítimo, es un marco casi tan incomparable como Laponia y su sol de
medianoche. Aunque no se vean las estrellas, se puede observar al milímetro
cada grano de arena, y cuando te sientas en ella, todo es tranquilidad y
sosiego al sentirse observado y seguro.
Y es que tomar el aire nocturno no tiene
parangón y es el deporte preferido de la mayoría de nosotros los lugareños. Y
no vayan a pensar que es por la economía perdida, ¿quien no conoce eso de que
aquí en Cádiz hay mucho desempleo, pero que los bares están siempre llenos…?.
Es la idiosincrasia del gaditano. Somos personas que disfrutan y gastan lo poco
que poseen, contribuyendo al mantenimiento del negocio local, aunque hay que
ser prudente y no tomarle demasiado afecto a ninguno, ya que muchos suelen
cerrar sus puertas prematuramente.
Pero yo quería hablar del verano
que vivo y recuerdo, y no ponerme demagógica ni nada por el estilo.
Ya he
hablado de la playa, del paseo marítimo, de los bares,… ¿Qué me queda?... Iré
pensándolo por si hay una nueva entrada.