Esta que os escribe es un personaje muy dado a la crispación. Casi todo lo que me rodea suele llegar a un punto, en algún momento concreto, en el cual me enervo de forma considerable por una u otra razón. En el mundo del Arte, en el cual suelo moverme, esto se multiplica a la enésima potencia. Son tantos los frentes que suelen abrirse que casi todos los días tengo motivos para repudiarlo, para pensar que los egos, las envidias y los intereses creados que se tejen alrededor y que nada tienen que ver con el valor real de las cosas, hacen del mismo un mundo gravemente enfermo, con una cura difícil de encontrar en esta sociedad.
No progresa el que mejor esculpe, ni es reconocido en los medios el más original, ni goza de premios el más creativo, ni el crítico hace crítica generalmente fuera del elogio barato o del menosprecio, criticas vacías de contenido en la mitad de las ocasiones, y malintencionadamente guiadas en otras. No voy a profundizar ni mucho menos en las causas que llevan a esta
situación, ni hacer disertaciones obvias para las que no hace falta ser muy avispado.
Yo quería hablar de reconciliación, de mi reconciliación con el Arte, con ese ente tan dado a la volubilidad, y de fácil contaminación.
Hace una semana, sin embargo, he podido volver a apreciar la ilusión con que todavía algunos creadores experimentan la sensibilidad, el amor por una profesión que, aunque para unos pocos es puramente un negocio del cual vivir, para la gran mayoría es la única forma con la que saben respirar. Acompañando a un artista novel a la iniciativa Barrunto, he podido comprobar como la autenticidad de la gente acaba aflorandoy viceversa. Observar la ilusión en el intercambio, las ansias de compartir técnicas, pinceles, inquietudes y sinsabores, al final pesan más que la manipulación y cualquier tipo de monopolización.
Me resultó del todo curioso como en la mayoría de los casos, observaba que era prioritario el coloquio con el artista vecino o amigo, que la promoción propia a los viandantes asistentes. El concepto era el de crear un museo al aire libre, pero lo que se consigue es mas bien otra cosa, ni un mercado colectivo, ni una exposición, ni una feriao todo ello junto, un picnic artístico en el que cada cual ofrece lo que tiene a quien por allí pasea.
Sentada en una mesa camilla improvisada al aire libre, sobre el crochet blanco y oliendo a café, entre dibujantes, grabadoras, pintoras, y todo un sinfín de artistas de todos los campos, me sentí de nuevo placidamente aliviada, pensando en la suerte que tenía de poder compartir ese instante con ellos.